El uso de disfraces es muy habitual en las producciones de cine y televisión

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En el mundo del cine y la televisión, el uso de disfraces no es un simple elemento decorativo o un añadido superficial, sino una parte fundamental del proceso creativo y narrativo. Los disfraces, o más propiamente dicho, el vestuario de los personajes, tienen la capacidad de definir el tono de una producción, aportar coherencia visual, contextualizar una época o cultura y, sobre todo, ayudar a construir la identidad de cada personaje. Esta herramienta visual es tan esencial como la iluminación, el guion o la escenografía, y forma parte del día a día en los rodajes y fases de preproducción.

Desde el momento en que se concibe una historia, los diseñadores de vestuario trabajan en estrecha colaboración con directores, guionistas y directores de arte para traducir en ropa lo que está escrito en el papel. Cada prenda que viste un personaje comunica algo: su estatus social, su personalidad, su profesión, sus conflictos internos o la transformación que experimenta a lo largo de la historia. Así, el disfraz se convierte en una prolongación silenciosa del diálogo y de la actuación. No es casual que en muchas ocasiones los personajes se transformen, literalmente, a través de la ropa; un cambio de vestuario puede marcar un giro emocional o narrativo relevante.

En producciones de época, el trabajo de vestuario cobra aún más peso, ya que requiere una investigación meticulosa para lograr autenticidad histórica. Se estudian tejidos, colores, siluetas, formas de confección y accesorios para lograr una fidelidad visual que transporte al espectador a otra época. Esto no solo requiere conocimiento, sino también una sensibilidad especial para adaptar lo histórico a lo cinematográfico. Un disfraz no solo debe ser exacto desde el punto de vista histórico, sino también funcional para la cámara y cómodo para el actor. Todo debe estar pensado para resistir largas horas de rodaje, permitir el movimiento y facilitar la interpretación.

En el caso del cine de ciencia ficción, fantasía o superhéroes, el uso de disfraces adquiere una dimensión más simbólica y espectacular. Aquí se crean prendas que no existen en el mundo real, y que deben cumplir una doble misión: ser verosímiles dentro del universo creado y, a la vez, impactar visualmente. La creación de estos disfraces exige la colaboración de equipos multidisciplinarios que van desde diseñadores de vestuario hasta escultores, técnicos de efectos especiales y artistas digitales. En muchas ocasiones, las piezas son diseñadas desde cero con impresoras 3D, materiales inteligentes o incluso incorporan tecnología, como luces LED o mecanismos internos.

Más allá del diseño, en La casa de los disfraces nos recuerdan que el uso cotidiano del vestuario en un rodaje forma parte de una rutina muy estructurada. El departamento de vestuario controla con precisión qué prenda se usa en cada escena, dado que las filmaciones no se hacen en orden cronológico. Esto significa que el equipo debe tener registros fotográficos detallados para asegurar la continuidad visual. Incluso el estado de desgaste de una prenda puede ser crucial: una camisa limpia en una escena y sucia en otra puede señalar el paso del tiempo o el desarrollo de una situación dramática.

¿Cuáles han sido las producciones de cine y televisión con mayor presupuesto para vestuario?

Entre el cine y la televisión, el vestuario es uno de los elementos más visibles y memorables de la producción, pero también uno de los más costosos. En el cine, “Sexo en Nueva York 2” ostenta el récord de mayor presupuesto en vestuario: la secuela invirtió unos 10 millones de dólares en trajes, complementos y cambio de look para cada una de las cuatro protagonistas, cifra que incluso supera la de numerosas producciones de época y de superhéroes. No resulta extraño que estilosos rendimientos tengan giros de decenas de cambios de vestuario tan cronometrados como el de Carrie Bradshaw, con más de cuarenta cambios durante la película.

En cuanto a una sola prenda histórica, la famosa creación de Edith Head para Ginger Rogers en “Una mujer en la Penumbra” (1944)—un inconfundible conjunto de visón, lentejuelas y joyería—costó en su época unos 35.000 dólares, lo que ajustado a inflación equivaldría a unos 620 000 dólares actuales. Esa cifra representa la prenda individual más valiosa jamás creada hasta ahora.

La moda contemporánea también tiene su lugar entre los grandes presupuestos. En la película “El diablo se viste de Prada”, la diseñadora Patricia Field contó con apoyo de grandes firmas. Aunque el presupuesto oficial era de 100 000 USD, las prendas exhibidas en pantalla superan el millón de dólares gracias a patrocinios y préstamos de diseñadores. De ese total, un solo collar de Fred Leighton lucido por Meryl Streep llegó a costar 100.000 USD.

Los superhéroes también exigen trajes de lujo. En “Black Panther”, algunas prendas costaron hasta 300 000 USD cada una, y la diseñadora Ruth Carter utilizó materiales y adornos inspirados en las culturas africanas, lo que colocó su vestuario entre los más caros en este género. Asimismo, los trajes de Christian Bale como Batman y el de Chadwick Boseman en Black Panther llegaron a costar entre 250 000 y 300 000 USD.

En televisión, uno de los episodios más caros en términos de vestuario fue “Atomic Shakespeare” de “Moonlighting” (1986). Transformando el espectáculo en una comedia cinematográfica ambientada en la época isabelina, el episodio utilizó elaborados decorados, centenares de extras, caballos, y una inversión de entre 2 y 4 millones de dólares, una cuantía excepcional para la época.

Y aunque los medios tradicionales no suelen desglosar los presupuestos de vestuario, existen ejemplos icónicos: la serie «Juego de Tronos» llegó a emplear tapices de Ikea para confeccionar capas, pero no por limitaciones presupuestarias, sino por replicar texturas auténticas, en una producción que gastaba más de 10 millones de dólares por episodio en totalidad, incluyendo vestuario.

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